Baldío fue la película más fluida de mi vida. La sensación de estar en el lugar indicado y en el tiempo justo nos acompañó en todo el proceso. A partir de una idea de Mónica Galán, la protagonista, pensamos juntas los actores, visualizamos cada una de las escenas con el deseo de descubrir en el rodaje la punta del iceberg. Contamos con la colaboración de Nicolás Mateo y Gabriel Corrado, que entendieron casi sin palabras el universo que imaginamos. Sabíamos que nuestro peor enemigo era la emoción fácil y esta historia nos convocaba a otras formas de relación con el relato.
¿Como hacer para que este artefacto indiscernible que es nuestra propia vida y la ficción dialoguen orgánicamente, se alimenten y nos permitan crecer a lo ancho? Bueno, eso nos propusimos; lo privado y lo público en discreta armonía. A puro presente.
En los rodajes y en la historia de la protagonista todo es urgente, todo es ahora, todo está sucediendo, el pasado y el futuro se funden en un presente voraz que no da tregua. Quisimos proponer un cambio de paradigma en la manera que el cine suele abordar el tema de los adictos, de la marginalidad, contados en primera persona. El centro del relato es el proceso que hace una mujer que intenta acompañar a su hijo en una enfermedad que la llena de incertidumbre, que no le da respiro. Esto planteó la dificultad de traducir las pequeñas y grandes transformaciones que se van sucediendo en ese tránsito, las preguntas y las objeciones, la impotencia. A esto se sumó la realidad; Mónica Galán sabía que le quedaba poco tiempo.
Unos meses después del rodaje, hace menos de un año, Mónica vino a ver un primer corte en la sala de DAC. Estaba contenta, brillaba. No me di cuenta que el tiempo se había acabado. Uno nunca está bien preparado para el final.
Siempre hay un corte. En las películas y en la vida.
En enero de 2019 Mónica se fue.
Baldío está dedicada a su memoria, siempre presente en la nuestra..
Inés de Oliveira Cezar
(Directora de Baldío)
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