Un día el ojo derecho de José se jubiló, después de una vida de cine, literatura y descubrimientos. “Casi no veo, así que ahora tengo que cuidar el otro -dice mientras saca resignado, de su bolsillo, una lupa-. Ahora trato de leer con esto, pero no es lo mismo”. Un bastón lo ayuda a caminar y un audífono a escuchar.
Sin embargo, o a pesar de todo, José bailó junto a su amiga y enfermera en la fiesta de inauguración del Festival de Cine de Mar del Plata, estuvo atento al proceso de selección de cada uno de los filmes en competencia, y se prestó gustoso a cuanta entrevista le requirieran de cualquier parte del mundo.
Y es que a los 90 años, en José Martínez Suárez la pasión por el cine es más fuerte que la suma de todos los sentidos. El director de Los muchachos de antes no usaban arsénico (1976), Noches sin lunas ni soles (1984), y El crack (1960) -en mi orden de preferencia-, vive cine, respira cine, y al mando del festival desde 2008 se olvida de los achaques y renace con cada edición.
Su presencia en las actividades del certamen, o incluso su sola estampa en el hall del Hotel Provincial alcanzan para que se acerquen jóvenes, veteranos, cinéfilos y apóstatas del celuloide, y todos le manifiesten emoción y agradecimiento. “La gente es muy cariñosa pero tal vez exagera un poco -me dirá después-. La fama es puro cuento, yo soy un trabajador del cine porque me gusta el cine. Cuando veo una película y digo que me interesa, no es porque yo sepa mucho de cine, sino porque recuerdo mucho cine. Tengo buena memoria y saco conclusiones. Solamente soy un hombre que trata de hacer bien su trabajo”.
-¿Recordar tanto cine no puede jugar en contra, llevar a perder la capacidad de sorpresa y decir “Esta historia ya la ví”?
-Sí, pasa, pero yo me divierto. Por ejemplo le digo a la persona que está sentada a mi lado: “Ese muchacho no va a entrar a esa habitación“, porque percibo, siento lo que va a pasar. Y no entra. A veces me equivoco, pero no se crea que mucho, gano 8 de cada 10 veces.
-Usted conoció y fue parte de varias reencarnaciones del cine argentino, ¿cuál es a su juicio la etapa más destacada?
-La que sucedió de 1938 a 1944. En ese período se hicieron grandes películas y surgieron grandes realizadores como Daniel Tinayre, Luis César Amadori, Luis Bayón Herrera, Manuel Romero, gente que abrió las puertas para que hoy se siga haciendo excelente cine argentino.
-Creí que me iba a decir La generación del 60, de la que usted también fue parte.
-Esa época también fue buena, pero me quedo con la anterior. La generación del 60 estaba muy influenciada por el neorrealismo italiano, pero dividida. Un grupo hacía películas tipo Antonioni, y otro obras como las de Fellini. Como usted comprenderá, a mí me gustaba hacer películas como Fellini, porque alguien dijo con toda certeza y precisión: “Si a los personajes de Antonioni les daban un pico y una pala para que trabajaran todos los días bajo los rayos del sol, a la noche no tenían todos los problemas que nos muestra la pantalla“.
-Excelente definición.
-Le agradezco, porque la frase es mía.
En la apertura del festival, José Martínez Suárez recibió una plaqueta en reconocimiento a su trabajo.
-¿Por qué no volvió a filmar después de Noches sin lunas ni soles?
-Porque en mi casa no sonó el timbre, y cuando sí sonó llegaron proyectos que no me interesaron. Tengo muchas más películas rechazadas que realizadas. Yo no trabajo para ganar plata, trabajo para hacer cine. A veces no lo consigo pero siempre apunto a ese blanco.
-Usted es un director que prácticamente no realizó películas por encargo, sin embargo su último filme podría encuadrarse dentro de esa categoría.
-Es cierto, Noches sin lunas ni soles podría ser una. Me llamó para ofrecérmela el productor Horacio Casares diciéndome que se había abierto del proyecto un querido amigo, David Kohon. Antes de aceptar, por una cuestión de ética lo llamé a David para preguntarle cuáles habían sido sus razones para abandonarlo. Me las explicó y agregó: “José, tiene bandera libre como el taxi“.
-¿Y cómo siguió la historia?
-Horacio me invitó a comer a un restaurant en Pampa y Libertador y me explicó que el proyecto ya estaba muy adelantado, lo que no me gustó nada, así que traté de desentenderme. Pero me frenó: “No seas gallego bruto y escuchá: El policía es Lautaro Murua“, lo pensé un poco y le contesté: “No podrías haber elegido mejor“. Siguió: “La mujer es Luisina Brando“, sin pensarlo le contesté: “No podrías haber elegido mejor“. Y remató: “Cairo lo va a hacer Alberto de Mendoza“. Pensé un poco más y repliqué: “Y bueno Horacio, al fin y al cabo te gané dos a uno“.
-Sin embargo ahora uno no se imagina otro Cairo que no sea Alberto de Mendoza.
-Es que yo estudio mucho a los personajes. Yo sé si el personaje ha tenido iniciación sexual, si fuma marihuana, si va a la tumba del padre en el aniversario, cómo se comporta con las mujeres, en qué trabaja, cómo se viste, si fuma pipa, rubios, negros o toscanos… Son detalles que aunque no guarden una relación directa con la historia que cuenta la película, la enriquecen. Hasta hace unos años consideraba que mi mejor película había sido Los muchachos de antes no usaban arsénico, pero ahora veo Noches sin lunas… y cada vez me gusta más.
-Antes me decía que el timbre de su casa no le auguró ningún proyecto interesante, pero usted también escribe ¿Por qué no hizo uno propio?
-Tuve algunas ideas, pero eso implicaba tener contactos con un productor, hablar, discutir, y eso no me interesa. Había un hombre que hacía eso por mí que se llamaba Carlos Alberto Parrilla, un hermano que me regaló la vida y que se fue hace ya varios años. En lugar de lidiar con todo eso inventé un taller de cine individual. Mis amigos me decían “No seas boludo José, agarrá cinco pibes y cobrás cinco sueldos“. Y yo les contestaba: “Es cierto pero les voy a enseñar un 20 por ciento a cada uno“. De esa experiencia salieron grandes directores como Juan José Campanella, Beda Docampo Feijóo, Lucrecia Martel, Juan Taratuto… gente de una calidad notable.
BIEN DE FAMILIA
-Esa vitalidad que tienen los tres hermanos, Mirtha Legrand, Goldie y usted, ¿la heredaron de su madre que al morir su papá se hizo cargo sola de la familia, o de su padre que era un trabajador incansable?
-Difícil saberlo. Los dos tuvieron mucha vitalidad, pero no sabría decirle si fue de los dos, de uno, o tal vez de los abuelos a los que no conocí. Esa clase de herencia a lo mejor no es directa, sino indirecta. Mi abuelo murió siete meses antes de que yo naciera y me hubiera gustado mucho conocerlo. Así que no hay manera de saberlo. Sí le puedo decir que siempre fuimos una familia muy unida.
-Sin embargo no hizo cine con sus hermanas. ¿Nunca las quiso dirigir?
-¡¡No, se desharía la familia!!
-¿Por qué?
-Por nuestro carácter. Goldie es más pacífica pero con Chiquita chocaríamos mucho más. Yo soy muy respetuoso de los actores pero también muy exigente, muy severo. Porque un director de cine tiene que ser así, es el único que sabe qué película se está haciendo, así que tiene que ser muy estricto.
-Entonces, para evitar conflictos familiares prefiere conectarse con ellas desde lo lúdico. ¿Siguen jugando a ver quién recuerda más nombres de actores, personajes o situaciones de la historia del cine?
-(Se le ilumina la cara). ¡Siempre! Nos hablamos por teléfono para preguntarnos. La que tiene mucha memoria es Goldie, ella no solo le puede decir qué películas hizo un actor, sino con quién se casó, en qué otros sitios trabajó, el nombre completo, todo. Tiene una memoria magnífica.
“Siempre que cambió el gobierno yo he presentado mi renuncia pero nunca me la aceptaron”, dice José.
-Siendo “el hombre de la familia“, ¿se sintió responsable por su mamá y sus hermanas cuando murió su papá?
-No, mamá tenía una capacidad tremenda, estaba en todo. Imagínese que durante las vacaciones me hacía estudiar en Buenos Aires. Ella que era maestra sabía que en Buenos Aires la instrucción era mejor. Me hizo aprender inglés, italiano, francés… ¡¡Y piano!! Mi vieja era de fierro. Los tres tocábamos piano, y además mis hermanas aprendían ballet.
-¿Se acuerda de la primera vez que la familia llegó a Mar del Plata?
-Claro, fue en 1933. Hicimos 365 kilómetros de Villa Cañas a Buenos Aires, y 404 kilómetros hasta acá, casi todo camino de tierra.
-Cuando todavía la rambla era de madera…
-Exacto, tenemos una foto los tres hermanos con la rambla de madera de fondo, ¿no la vio nunca?
-No.
-Mire la audición de Chiquita, al principio hay una panorámica y se ve esa foto que le digo. Usted por la edad que tiene no lo sabe, pero la rambla de madera tenía una particularidad: se sentía mucho el sonido del mar. Una de las tías mías, que en verdad era prima hermana de mi mamá, se alojaba en un hotel sobre el mar, que era de madera. Mis hermanas gozaban del placer de ir a dormir allí y escuchar las olas.
-¿Cuál es el primer recuerdo que tiene de Mar del Plata?
-Lo primero que le pedíamos a papá cuando llegábamos era ir a ver la casa de Marcelo T. de Alvear. Era un chalet que arriba tenía un adorno en cerámica de un perro corriendo a un gato. A los tres Mar del Plata nos representaba esa figura (la casa a la que se refiere José había sido construida por el arquitecto italiano Alula Baldassarini, un amante de los animales y especialmente de los gatos. Su sello característico era poner felinos en los tejados).
-Ochenta años después, gracias al festival usted ya es un emblema de Mar del Plata, como aquella casa, como aquella foto, ¿se imagina alejado de él?
-Siempre que cambió el gobierno yo he presentado mi renuncia pero nunca me la aceptaron.
-¿Y qué pasa si esta vez se la aceptan?
-Me agarro el subterráneo, me voy a Chacarita, busco una tumba que esté vacía y me pego un balazo al lado.
-No es necesario ser tan trágico.
-No soy trágico, tampoco es que me voy a pegar un balazo, pero si me lo pego lo hago derecho al corazón como mi amigo el doctor Favaloro. Este es el trabajo más difícil que hice pero a la vez el que me ha dado más satisfacciones. Hoy creo que no podría seguir viviendo sin este festival.
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