“Es una altísima distinción que me honra muchísimo. Basta ver la lista de nombres que lo han ganado para sentirme muy halagado por este premio”. Oscar Martínez está orgulloso, pero no solamente por un premio tan importante como el de Mejor Actor en el Festival de Cine de Venecia. La Copa Volpi que alzó el sábado último es la reafirmación de un camino cinematográfico que comenzó en la década del 70, como complemento del televisivo y teatral.
Porque el intérprete, que hoy es descubierto y premiado en Europa por El ciudadano ilustre, cimentó su profesión durante cuatro décadas, alternando espacios, buscando en cada ocasión el mejor camino para desarrollarse, crecer y convertirse en un actor; no de raza, sino de profesión.
A pesar de haber pisado fuerte en el cine de los últimos años (enumeremos, nomás entre 2014 y 2016: Relatos salvajes, La patota, El espejo de los otros, Kóblic, Inseparables y El ciudadano ilustre), y del reconocimiento mundial a su trabajo, Oscar todavía siente que es el teatro su espacio natural; o al menos, ese amigo fiel que lo acompañó durante toda su vida. “Estoy identificado como actor teatral porque el teatro hegemonizó mis cuarenta y pico de años de laburo”.
-Y sin embargo se te asocia mucho también con el cine y la TV.
-Porque te dan más exposición. Trabajé en los tres medios, pero cuando era joven no había industria, y depender del cine era un delirio. Recuerdo haberle dicho a Susu Pecoraro “no pongas todas las fichas en el cine porque en este país no se puede”. Y en cuanto a la televisión, si bien la de aquella época no tiene nada que ver con la de hoy, yo ya consideraba que te “quemaba la cara con un soplete” y te obligaba a repetirte.
-Entonces el camino natural era el escenario.
-Para ganar autonomía me propuse algo muy díficil que por suerte logré: poder tener convocatoria en el teatro. Eso me permitió no caer preso de la televisión, y no quedarme esperando a que apareciera el cine. No quería decir que no filmase, pero no había continuidad para la gente de mi generación. Federico Luppi fue una excepción, no era lo habitual.
El equipo de El ciudadano ilustre en la alfombra roja de Venecia.
-Después de tantos años, y de haber logrado el reconocimiento de tus pares y también del público, ¿podemos decir que ya sos un actor popular?
-Me considero un actor conocido. Populares son Ricardo (Darín) y Guillermo (Francella). Y a ellos la popularidad les llegó gracias a los programas que hicieron en la tele. Lo más popular mío fue Nueve lunas.
-Sin embargo, si ahora uno dice “Martínez” enseguida piensa en “Oscar”.
-No te creas, por la calle hay muchos que me gritan “Chau Jorge” (Risas). Alguna vez me dijeron que “prestigiaba” el laburo, ojala fuerta cierto. Si ocurre algo de eso es porque me cuidé obsesivamente para lo que este país pide, especialmente de los 90 para acá. Puede ser que para algunos tenga prestigio, pero eso también me dio la imagen de ser un actor elitista.
-¿Te arrepentís?
-No, pero creo que fue excesivo. A lo mejor podría haber hecho alguna que otra concesión. Pero si yo no estoy en algo que me guste, no rindo. No pensaba en qué le iba a gustar al público, pensaba en mí como espectador, lo que me gustaría ver. Siempre existieron corrientes de productos destinados a ser masivos, a lo mejor después no andaban pero en su concepción estaban “preparados para…“. Cuando vos querés pertenecer a un mercado hay ciertas leyes que te impone la propia realidad: la del mercado, la económica, la social… y en las que tenés que manejarte. Vos elegís, pero tampoco podés hacer siempre Mi pie izquierdo.
-¿Hiciste muchas cosas que no querías hacer?
-No tantas. Me propuse vivir de la profesión desde los veinte años, así que hubo alguna que otra en todos este tiempo, pero fueron pocas veces porque siempre tuve la suerte de tener muchos ofrecimientos. Igualmente nunca hice algo de lo que me tuviera que avergonzar. Durante la dictadura militar hubo programas muy exitosos en los que yo no hubiera trabajado porque eran veladamente propagandísticos, como Los hijos de López por ejemplo. Me pegaba un tiro antes de laburar ahí. Más allá de la calidad, la usina ideológica que había detrás de eso me daba vergüenza.
-Y ahí fue donde el teatro siempre estuvo.
-Fue el lugar donde me formé, donde creció mi oficio, pero ha cambiado con el paso del tiempo y hoy sufre la misma depreciación cultural y social de otros medios. Ya no estoy tan seguro de que sea un refugio porque se mueve con las leyes de la tele. Si hoy Alfredo Alcón tuviera treinta años y quisiera hacer la carrera que hizo, no podría.
-¿Pensás que ART hoy no sería un éxito?
-Probablemente, pero no estoy seguro. Es un producto muy especial, como Inseparables. Un producto que no tiene un público determinado, sino que le puede gustar a todos. La hsitoria es entrañable, atractiva, inteligente, conmovedora, tiene humor. Pero el circuito profesional, porque nunca me gustó decirle “comercial“, está hegemonizado por comedias pasatistas. Hemos involucionado mucho en ese sentido.
EL ACTOR ILUSTRE
Oscar ama actuar, pero también ama el cine. Con lo primero que relacionó su premio en Venecia, es con lo que Italia le dio al séptimo arte: “Aparte de ser el festival más antiguo de Europa, y junto con Cannes el más prestigioso, ocurre en Italia que fue la cuna de los más grandes cineastas del siglo XX. Amé al neorrealismo italiano, la increíble constelación de directores, actores, actrices y guionistas que tuvieron durante décadas en este país”.
-¿Es inevitable con el presente de El ciudadano ilustre pensar en todo el tiempo y el trabajo que costó llevarla a cabo?
-Fue un proceso largo. Me llamaron hace como cuatro o cinco años, y cuando leí el guión me fascinó. Es cierto que cambiaron algunas cosas desde aquella primera lectura, calculo que habrá tenido ocho o nueve versiones. Después estuvo dos veces a punto de empezar a rodarse y por diferentes motivos se cayó antes. La tercera fue la vencida.
Dady Brieva y Oscar Martínez se divierten durante el rodaje.
-Cuando uno ve la película la relaciona inmediatamente con la vida de Manuel Puig.
-Sí, claro, pero no es su biografía. Hay una relación en esto del escritor de pueblo que triunfa en el exterior, y cuyas novelas se basan en las historias que vivió o escuchó ahí. El personaje pasa de ser un referente del lugar a ser considerado persona no grata, por haber contado intimidades. Pero en El ciudadano… los acontecimientos son bastante más virulentos.
-Más allá del devenir de la historia, se ha dado una discusión entre el público con respecto al final.
-Creo que lo más interesante que tiene el guión es la vuelta de tuerca del final. Además, al tratarse de una historia contada desde la mirada de un novelista, la película se anima a jugar con la realidad y la ficción. La intervención creativa en las acciones de este hombre juega un papel importante, y eso está muy bien representado y desarrollado.
-Tanto en Kóblic como en Inseparables, tuviste que componer personajes muy diferentes a como sos en realidad. ¿Sigue siendo un desafío o ya es parte del oficio?
-Lo sigue siendo. Cuando Sebastián Borenzstein me mandó el guión de Kóblic lo primero que dije fue: “esto no es para mí“. Él me convenció pero lo veía como un riesgo muy alto, tenía mucho temor. En Inseparables, los primeros días de filmación terminaba con el cuerpo arruinado, como si me hubieran pegado palazos. Porque es muy difícil estar realmente inmóvil, involuntariamente hacés movimientos mínimos. Además tenía solamente la cara para expresarme. Yo creí que iba a ser más fácil, pero me costó, porque si por un segundo me olvidaba del personaje, algo, aunque sea un dedo, un tic en el hombro, movía. Pasó un par de veces en el rodaje, y a lo mejor se daba cuenta Marcos (Carnevale) y me avisaba.
-¿Cuando interpretás estos personajes al límite, cuesta desenchufarse cuando gritan “corte”?
-No necesariamente. Como actor nuestro material de trabajo es la vida misma, así que es lógico que te involucres con lo que le pasa al personaje. Soy padre de cuatro hijas mujeres, así que imaginarme lo que le pasa por la cabeza a un hombre como al de La patota no me cuesta nada. Al contrario, me sirve porque llevo la vida a la ficción. Pero la corto ahí, porque sino no podría vivir.
Inseparables, un papel duro y difícil de interpretar.
-Ni hablar con un personaje como el de Inseparables.
-Si quedara en la situación de mi personaje en Inseparables mi primera reacción es: “si me pasa lo mismo, llevame al rascacielos más alto y tirame al vacío“. Yo pienso por cómo soy de autosuficiente, porque soy incapaz de pedir “alcanzame el pan“, que me sería imposible depender enteramente de otro.
-Igualmente hay que vivir una situación así para saber cómo reaccionaría uno.
-Así es, uno en realidad no sabe cómo va a reaccionar ante una situación extrema porque te patea el tablero y te deja sin certezas. Entiendo que si se te muere un hijo vos digas “no quiero seguir viviendo“, pero hay mucha gente que sigue, que lo puede tolerar, y hasta le cambió la vida y se convirtió en alguien capaz de dar mucho más de lo que daba antes. Eso es admirable.
-La última, no volvés a la Argentina por varios meses.
-No, tengo un par de proyectos en Europa. El más cercano es el comienzo de rodaje en España de la adaptación cinematográfica de Toc Toc. Es una coproducción entre la gente que hizo Ocho apellidos vascos y Netflix. Mi personaje es el que en teatro hizo Mauricio Dayub. También está pendiente el estreno de Inseparables en Europa, y seguramente El ciudadano ilustre. Tener continuidad en el cine siempre fue un deseo insatisfecho. Recién se me dio ahora, y me hace muy feliz.
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