En muchas ocasiones, la industria del espectáculo lleva a ciertos actores a quedar del lado del bien o del lado del mal. Es así como el público termina asociando ciertas caras y nombres como héroes y a otros como eternos villanos. Con más de treinta años de carrera, Claudio Rissi es uno de los que queda confinados a este último rincón. O quedaba.
El actor logró romper todo prejuicio y encasillamiento para demostrar que está para mucho más que solo cometer un crimen. Sus últimos proyectos muestran un Rissi auténtico y sensible, especialmente en La novia del desierto.
En la película dirigida por Cecilia Atán y Valeria Pivato, Rissi interpreta a El Gringo, un vendedor ambulante que se cruza con Teresa -la chilena Paulina García-, y juntos emprenden un viaje por el desierto de San Juan en busca de un bolso perdido. En el fondo, permanece latente la cuestión de la fe y la creencia en la Difunta Correa.
-Una de las cosas que más resaltan de la película es verte en un rol al que no estamos acostumbrados.
-Las directoras me buscaron. No hablé mucho con ellas acerca de por qué me eligieron, pero intuyo que tiene que ver con el equilibrio que buscaban entre la sutileza del personaje de Paulina y la potencia o lo intenso que puedo ser yo como actor. La codirección es algo complicado, pero ellas pudieron hacer una dupla que sabía exactamente lo que querían y contenían a todo el equipo.
-Estás casi llegando a las 40 películas, ¿qué lugar ocupa el cine en tu vida y tu carrera?
-Significa un pedazo de mi vida y mi historia. Es lo que más disfruto hacer, además de respirar, hacer el amor y comer algún marisco (risas). Me costó mucho entrar en el mundo del cine, no me daba bola nadie. Al principio, con mis amigos llevábamos el curriculum con fotos a las productoras. Yo siempre me enteraba de alguna película e íbamos a ver si podíamos hacer algún bolo. El problema era que quedaban mis amigos y a mí no me llamaban. Habré estado diez años yendo a las productoras y que no me diera laburo nunca nadie.
-¿Cuándo cambió la cuestión?
-Fue todo gracias a Jorge Coscia. Nos conocíamos de la vida y me ofreció participar en Mirta, de Liniers a Estambul. Era una buena oportunidad, pero no pude participar porque me fui a Mar del Plata a hacer teatro con un grupo de amigos. Fue un fracaso estupendo (risas). Finalmente, en Chorros tuve mi primer bolo y, después, llegó Cipayos, mi primer personaje importante. Desde ese momento, quedé absolutamente prendado con el cine, me enamoré profundamente.
-Me imagino que era algo muy anhelado por vos. Algunas veces, comentaste que tu sueño era ir a Cannes.
-Sí, es verdad. Mi sueño de chiquito era ser actor. Una vez que entré a la Escuela de arte dramático, un lugar superlativo porque era lo más importante en Latinoamérica a nivel actuación, todos me cargaban con que estudiara algo importante. No confiaban demasiado. Mis amigos bromeaban y me decían “mirá cuando te den el Oscar”. En realidad, yo quería ir a Cannes, nunca había pensado en el Oscar ni en Los Ángeles. Yo soñaba con ver la Costa Azul, un lugar que era totalmente inaccesible para mí, y convivir con todos los grandes del cine que van al festival.
-Y finalmente te tocó con La novia del desierto.
-Sí y justo en el festejo de las 70 ediciones. Había invitados muy importantes del orden de Eva Lauría, Dustin Hoffman, Liv Ullman y David Lynch. Me cruzaba con toda esa gente en los pasillos y era una locura para mí. Además, Uma Thurman era la presidenta del jurado.
-Tuviste el gusto de abrazarla a Uma Thurman. El video recorrió el mundo.
-Me abrazó ella (risas). Fue muy generosa conmigo. Estuvimos charlando un rato con traductor de por medio y me dijo que se divirtió mucho con mi personaje, que le había gustado mucho la película y le resultaba entrañable. Fue un abrazo muy afectivo, me gustó mucho.
-En otras oportunidades, reconociste que sos muy exigente a la hora de elegir los personajes y los proyectos, ¿qué desafío implicó esta propuesta que te llevó a decir que sí?
-Principalmente, el poder hacer un personaje que se sale de lo que normalmente la gente ha visto de mí. Por ejemplo, no hacer de malo. Últimamente, muchos me están dando esa oportunidad y yo me la estoy tomando. Creo que el público también me lo agradece. Los espectadores saben que yo navego muy bien en mares tempestuosos y yo me divierto en la tempestad. Pero hay zonas mías que están inexploradas en la profesión y se me está dando la oportunidad de mostrar esas partes afectivas, entrañables. Hoy, los directores empiezan a confiar en mí para eso.
-En ese sentido, ¿crees que hay cierto encasillamiento por parte de la industria?
-En realidad, muchas veces los directores y los productores tienen que ponerse a cubierto. Entonces, tienen cierto tipo de personaje y saben que si llaman a Claudio Rissi, yo ya voy con el crimen resuelto, la sangre y todo. Ahora, si tienen que hacer una cosa con características totalmente opuestas, no buscan a Claudio Rissi. Pero de a poco, eso va cambiando. Ahora sí me están pensando. Creo que Valeria y Cecilia se han jugado a fondo conmigo y me dieron un rol preponderante para contar esta historia. Me pone muy feliz porque todo hace al desafío de ser actor.
-¿Cuál considerás que fue el quiebre de ese encasillamiento?
-Empecé a hacer otro tipo de personajes en el teatro. Si bien mantengo una cuestión energética muy intensa, empecé a probar cosas nuevas. Además, cuando forjé más vínculo con algún director o productor, una relación más afectiva y directa, empecé a decir ‘che, a ver si paramos un poco con matar a la abuelita, quiero probar otras facetas’. Tenía necesidad de empezar a probar. Esas pequeñas oportunidades las fui aprovechando muy bien. La gente se sorprende de verme hacer algo diferente, pero yo no. Me gusta jugar acá también.
-¿Otro de los desafíos de la película fue el género? Las road movies no son algo tan convencional en nuestra cinematografía.
-Sí, es verdad. A mí me gusta mucho filmar afuera. Si bien cortas las siete horas que te vas a dormir, nunca te desprendes totalmente del rodaje. En cambio, cuando vas a tu casa, te encontrás con tu familia, con tus cosas y es distinto. Cuando estás afuera, lo que te une con el resto es siempre algo vinculado a la actividad que estás desarrollando. Seguís filmando aunque no esté la cámara prendida. El set se extiende. Disfruto mucho eso, no extraño absolutamente nada de Buenos Aires ni de mi casa. De hecho, yo me fui desde acá a San Juan solo con mi auto, manejando. Las directoras no querían, pero me encantó ir por caminos que desconocía. En el medio, me agarró una gran tormenta y paré en un hotel al costado de la ruta. Era algo que nunca había hecho en mi vida. Todo eso me sirvió para armar el personaje, jugando con mi soledad y mi música.
-La película tiene dos pilares fundamentales: la cuestión de la fe y la soledad. De hecho, tu personaje tiene un debate filosófico con el de Paulina respecto a por qué se cree. ¿Cómo te llevás con esas dos posturas?
-Ese es un planteo que nos seguimos haciendo todos: por qué se cree en lo que se cree. Creo que todo pasa por una cuestión de fe: por qué pensé yo que podía ser actor. Es creer en algo que no existe y se desea. Sin embargo, yo no sé si creo en Dios, me hago muchos cuestionamientos al respecto todo el tiempo. Si existe Dios, ¿por qué hay injusticia o hambre en el mundo? Incluso, se dice que estamos hechos a imagen y semejanza de Dios. En caso de que fuera cierto, estamos en problemas porque Dios, entonces, era una porquería. Esto pasa en cualquier religión o culto. Todos apelan casi a las mismas cuestiones, como por ejemplo la misericordia, pero no existe eso. No obstante, tomo algo que plantea Hamlet que es la cuestión del umbral de la muerte, algo desconocido que no vuelve a cruzarse. A eso le tenemos miedo, al después. Son tantas las vertientes que, al final, uno está en el medio de ese mar de contradicciones. Aunque sigo sin saber la verdad, por las dudas, trato de hacer las cosas bien.
-¿Pero entonces sos un hombre creyente? La película también se mete en la cuestión del culto oficial y otro más pagano o popular como es la Difunta Correa.
-No lo sé. Lo único que te puedo decir es que a mí me dieron ganas de llevarle agua a la Difunta Correa y hasta le hice una promesa también. Creo que aparece el ‘por las dudas’ y uno termina aceptándolo. De pronto, no me cuesta nada o me cuesta todo. Hacer un voto de fe me lleva a pensar en la posibilidad de ser mejor y eso implica, por lo menos, no joder al prójimo.
-¿Y con la soledad?
-Me llevo muy bien. Tuve pérdidas afectivas muy importantes en mi vida, marcadas por la muerte. Al principio, pensé que la soledad iba a ser algo doloroso. Se produce un vértigo de no saber a dónde vas. Pero después, me puse a analizar y me di cuenta que toda mi vida la elegí. Al mundo llegué desnudo y solo y cuando me vaya, me voy a ir solo también. En el tránsito, convivo con mucha gente pero disfruto mucho de estar en soledad. Me gusta escuchar el ruido del viento, mezclado con mis propios sonidos. No me incomoda el silencio. Los humanos tenemos dos orejas y una sola boca, pero pareciera que tuviésemos más necesidad de hablar que de escuchar. Yo en soledad juego y resuelvo muchos de mis personajes.
-De hecho, tenías una perra con la que componías los personajes a través de la mirada.
-Sí, yo solo la miraba. No hacía gestos ni sonidos. Conectaba con su mirada y todo dependía de la energía que yo le mandaba. Sí hacía bien el laburo, ella corría a la cucha. Pero cuando yo no iba a fondo, la perra me saltaba y se ponía a jugar conmigo.
-Por último, estás en pleno rodaje de Bruno Motoneta.
-Así es. Estoy haciendo un personaje raro, donde payaseo un poquito y juego en una línea totalmente diferente. Junto con Mirta Busnelli, somos los tíos de Facundo Gambandé, el protagonista. Es un hombre muy lábil, que tiene un objetivo y va tras él. Me resulta muy grato, me divierto mucho haciéndolo. Lo payasesco me gusta bastante y es algo que hago normalmente con mis amigos y mi gente.
-Además, el mundo infantil es algo que no habías recorrido anteriormente.
-Es verdad, pero no pienso en el niño espectador. Me concentro en el niño que está dentro mí y no al que le estoy dirigiendo la actuación. Yo funciono así en todo. Cuando hago los malos, también busco jugar con los personajes de mis fantasías, mi mundo y no exclusivamente en el espectador. Si hiciera eso, tendría una quinta visión que haría que deje de ser orgánico y honesto conmigo mismo.
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