Durante el embarazo de mi hijo, no sé porqué, o tal vez sí sé porque, porque yo ya era mamá, tenía dudas sobre mi. Muchas. Pero una especialmente zumbaba adentro: “¿puedo dar?” “¿qué puedo dar?” “¿puedo dar lo que él requiera de mí?”.
Me inquieta la posibilidad de entrega, ya que cuestiona la plasticidad de la que estamos hechos, que deforma en ciertas zonas lo que somos según no sé qué.
Hace unos años, mi hermano, les empezó a decir a mis hijos que los iba a llevar a Disney, si bien lo decía de la misma manera que “vamos a comprar pan”, los chicos le creyeron sin dudarlo, su garantía era “me lo prometió el tío”. Amparado el trío en la construcción de la fantasía, construía un pacto de confianza, tácito, del tipo “si me lo dijo es”.
Pero, ¿A dónde se va la fantasía cuando no se cumple? ¿En qué cosa se transforma el deseo postergado?
De ahí hasta acá, montón de preguntas sin responder. Y siete años de inevitables mutaciones. En el camino, se sumó, cierta tensión que conduce la película, que sería algo así cómo: “Si te sucede algo inesperado, ¿Qué hacés? ¿Huis? ¿Resistís? ¿Cedés?”.
Y finalmente, hay algo que queda ahí en el colador y que es lo que no se cuela, lo que se resiste a irse y esto es: “¿Qué cosa me une al otro?”, pregunta que para Dalmiro Riso, El tío, es parte del asunto.
Eugenia Sueiro
(directora de El tío)
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