Muchas veces, el cine tiene como función concientizar al espectador sobre ciertas problemáticas que, aunque parezcan lejanas, están más cerca de lo que creen. Son aquellas películas que buscan, además de entretener, un pensamiento crítico y una toma de postura. Es el caso de Los últimos, ópera prima dirigida por Nicolás Puenzo, que narra un futuro postapocalíptico marcado por una guerra por el agua. Situada en Bolivia y Chile, la acción se centra en un campo de refugiados devastado por el saqueo de los recursos naturales.
Para una película todo terreno era necesario un actor todo terreno. Peter Lanzani demuestra año tras año y proyecto tras proyecto que la actuación no es un juego para él y se destaca como uno de los actores más importantes de su generación. Tras su debut en El clan (2015), el 2017 lo encontró con tres películas estrenadas y logró conseguir la continuidad que tanto anhelaba. En esta oportunidad, se pone en la piel de Pedro, un refugiado que decide escapar junto con Yako, su novia -interpretada por la peruana Juana Burga- en busca de un futuro mejor. En ese intento de llegar al Pacífico cruzando el altiplano, se toparán con Ruiz, un corresponsal de guerra -interpretado por Germán Palacios- que al conocerlos, recuperará las ganas de vivir. El actor surgido de las inferiores de la exitosa productora televisiva Cris Morena habló acerca de este nuevo desafío, el concepto de guerra, su pasión por la actuación y el peso de los prejuicios y la mirada del otro.
-Lo que más impacta de la película es la temática y esta definición de la guerra como una cadena de contratos sucesivos.
-Exacto, la pregunta real que moviliza toda la película es qué es la guerra y la cuestión de por qué se pelean, dónde está realmente el eje de la guerra. Mientras ellos se enfrentan, finalmente, la gente se muere de sed y de hambre. La cuestión está, hablando desde el personaje, si es más importante que sobrevivan un par de personas que manejan los avioncitos o nosotros que estamos abandonados hasta morir. Ese fue el puntapié inicial del guión de Nicolás que me resultó muy interesante para hacer la película. Después, mi personaje cargaba con sus propios mambos que llevaban a la composición por otro lado. La experiencia estuvo buenísima, fue uno de esos desafíos que te hacen crecer mucho como actor y como persona.
-Además, esta definición no es inocente. Verlo como una sucesión de contratos y labores aisladas es terminar en que nadie es el responsable de esa violencia. Similar a lo que pasó con el Holocausto, o la dictadura y la obediencia debida.
-Bueno, eso se relaciona con esto de quién es más importante que sobreviva y cuál es el costo de las acciones de cada uno. Respecto a la inocencia de la definición, eso es lo que tiene la película: con una sola frase, te despierta algo en la conciencia y no hace falta decir nada más. Son de esos proyectos que tienen mensajes tan fuertes, diferentes y dispares que despiertan cierta curiosidad en la gente. Volviendo al tema del agua, quizás el espectador no tiene ni idea de lo que sucede con eso y cuando ve la película, se le despierta la curiosidad, se pone a averiguar y descubre una información que está buenísima.

En el rodaje, se armó un grupo muy unido y cada uno colaboró en otras actividades. En este caso, Peter jugó a ser cameraman.
-Te comprometiste tanto con la historia que decidiste filmar tus propios materiales, ¿decidiste qué hacer con eso?
-Llevé mi cámara y tomé muchas imágenes como para hacer un documental. Pero todavía estoy en lo que es el proceso. No definí bien qué es lo que quiero contar ni cómo. Tengo un montón de información, es cuestión de sentarme con un montajista y hacerlo. No sé si va a ser un documental de una hora y media o algo más corto y conciso. Tampoco sé si va a tener que ver con la falta de agua o con mi experiencia en el set y las cosas que descubrí. Básicamente, el material es un diario de viaje.
-¿Qué experiencias recordas de esa indagación propia? Si bien la película es postapocalíptica, Nicolás fue muy visionario, porque el año pasado Bolivia declaró la emergencia de agua.
-Sí, eso es loquísimo. Recuerdo estar allá en Bolivia y entrevistar a una mujer que me contó que sus hijas se enfermaron de cáncer por no tener agua potable para tomar. Eso fue un grito desgarrador. Es tremendo. Al escuchar eso, uno hasta se siente mal y no sabe con qué puede ayudar. Pensás en darles un abrazo, regalarle las botellas de agua que tenés. Es desesperante. Viajamos a filmar una película que hablaba de un futuro postapocalíptico donde la tierra no da más recursos y llegamos a un lugar donde esas cosas ya pasan hoy. Encontramos nuestros personajes en aquellas personas que vivían en esos lugares.
-Estás vinculado con Greenpeace ¿cómo se puede aportar desde ese lugar de personaje público a la concientización?
-Depende, hay muchas maneras. Hay algunos a los que les sirve más la parla y sentarse a hablar. Otros se inclinan más por la acción. Yo voy haciendo dentro de lo que puedo. Por ejemplo, lo de Greenpeace fue una acción donde mostrábamos las consecuencias de destruir las reservas naturales. Todas estas cosas sirven para aprender mucho y en base a eso, uno moldea un ideología, una manera de pensar. Con esta película me pasó lo mismo. Como nosotros no tenemos el problema a flor de piel, cuando te chocás con estas cosas te das cuenta de que la vida va por otro lado, que los verdaderos problemas no son las boludeces que nos pasan a nosotros que, dentro de todo, vivimos bien. Entonces, sea una acción, una causa o un evento, trato de apoyar desde donde sea. Tampoco es que una película, un documental o una acción va a cambiarle la cabeza a todo el mundo, pero cada uno puede ir aportando su granito de arena y en base a eso que vaya creciendo el laburo.
-¿Cuál era el mayor desafío de tu personaje? Había muchas aristas: lo físico, lo emocional…
-En general, todo fue importante. En cuanto a lo físico, tuve que bajar bastante de peso. Además, sumale que fuimos a filmar a la altura y eso fue un desafío enorme. Después, estaba lo emocional y creo que ahí radicó el trabajo más pesado y jodido. Lo fuimos laburando con Nico, Germán y Juana entre todos. Tratamos de encontrar quiénes son estas personas, qué tienen para decir, de dónde vienen y hacia dónde van, cuáles son sus metas y sentimientos, y qué transición va a atravesar. Al fin y al cabo, cada actuación no deja de ser una manipulación: el actor sabe cómo arranca y cómo termina, y va a hacer todo lo posible para que te comas el viaje. En la historia se palpa una atmósfera muy frustrante y eso lo empezamos a construir acá y ganó color en el mismo set, cuando llegamos allá.
-También hay una cuestión de que solemos pensar que el refugiado está únicamente del otro lado del planeta y que es imposible que exista algo así al lado nuestro.
-Claro y no es así para nada. Y si bien hoy el ojo está puesto en los refugiados, cuántas personas tenemos acá que no tienen dónde dormir. Se palpa todo ahí. Ojo, no solo pasa acá. pasa en Latinoamérica, en el viejo continente, en diferentes lados del mundo. La cuestión es que está bueno concientizar y saber un poco más de eso.
-¿Te conmueven esos choques con la realidad?
-Sí, me chocan mucho porque nadie lo merece ni es lindo verlo. Entonces, ver esta gente en la calle te genera hasta una culpa, que tampoco es culpa de uno. Pero te sentís mal porque tenes ganas de dejarles unos mangos o conseguirles un lugar donde poder dormir, comprarles una colcha para taparse y que no pasen frío. Yo a veces lo hago, paro y les compro algo de morfar porque, como dije antes, me siento mal porque nadie merece tener que vivir esas circunstancias.
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