¿Director se nace o se hace? Una pregunta innecesaria y sin respuesta pero que sin embargo fue el motor de esta entrevista. ¿Qué pasa por la mente de un hombre que ha dedicado su vida al cine, que respira cine?
En la oficina que Juan Bautista Stagnaro tiene en la DAC -Directores Argentinos Cinematográficos, entidad de la que es vicepresidente-, cuelgan enormes cuadros de Lautaro Murúa, Luis Saslavsky, Leonardo Favio y Lucas Demare. Y si a lo largo de la charla es inevitable mirar por arriba del hombro y verles las caras, lo que será compartir cada día sentado junto a ellos, tomar decisiones, vivir…
Es en este contexto, que Juan (o Elio, como en realidad lo llaman desde su familia hasta el guardia de seguridad del edificio), referencia en muchas respuestas a filmes o directores, o cuenta por qué tiene al lado de la cama “un lapiz y un anotador para cuando se me ocurren ideas para un guión a las 4 de la mañana”. Esto no hace más que reafirmar su placer por hacer películas. Pero ¿qué le sucede a ese hombre cuando la realidad le da vuelta la cara, y las cosas no salen como espera? Le pasó con su última película, Fontana, la frontera interior en 2009, y fue un golpe que le llevó seis años asimilar.
-¿Tan duro fue?
-Y sí, se pagan caro las películas a las que no les va bien. Quedás muy apaleado porque cuando el público no acompaña sufrís muchísimo. Fontana… la hicimos a pulmón, con mucha producción pero muy poca guita.
-¿Eso fue un error?
-Yo no hablaría de errores sino de elecciones, porque la película a mí me gusta. Le falta épica para ser un personaje histórico, tiene una cosa melancólica, cierto desencanto, y probablemente eso no haya generado mucha empatía con la gente. Te podría decir que es porque al cine argentino no le dan bola, pero en muchos casos tiene que ver más con el enfoque que uno le da. Yo miro mucho mi laburo antes de echarle la culpa al resto. Prefiero pensar que lo que pasó tiene algo que ver conmigo.
-En La furia tuviste la oportunidad de trabajar con Diego Torres, y de ver cómo una figura convocante podía empujar la película más allá de lo cinematográfico. ¿Lo volverías a hacer?
-Sin duda. Tenés mil casos de obras que andan muy bien sin él, pero yo creo que una figura convocante ayuda y empuja a una película. Fijate lo que pasó ahora con Abzurdah, yo conocía a la China Suárez por temas relacionados al espectáculo, pero defendió la película muy bien y le agregó un plus enorme. La furia fue una película por encargo, la hice para ganar profesionalismo y salió muy bien.
-¿De qué vive un director cuando no filma, de la publicidad?
-Nunca me interesó mucho la publicidad. Hice algo en televisión con Bruno (Stagnaro, su hijo) para Canal Encuentro. Dos series documentales que me gustaron mucho. También está mi trabajo en la DAC, o seguir escribiendo guiones, algo que hago todo el tiempo.
-También reflotar viejos proyectos, como el de El virus de Azul, tu nueva película.
-Claro (se ríe), la idea de hacer esta película que empiezo en pocas semanas nacio antes de Casas de fuego. Es más, hice Casas… porque no podía filmar el Caso Azul.
-¿Cómo es eso?
-Siempre me gustó el cruce de la ciencia con el cine. Me enteré del escándalo de Azul por una serie de notas que Horacio Verbitsky escribió en la revista Humor. Fui a buscar datos al CONICET pero me dijeron que no me podían dar ninguna información, lo que se sabía estaba bloqueado. Y ahí quedó. En función de eso surgió el encuentro con Salvador Massa, y de ahí salió Casas de fuego.
-Hasta que veinte años después…
-Me encontré en el Centro Cultural Ricardo Rojas con un biólogo, Eduardo Wolovelsky; y una difusora científica, Rosana Errasti, les conté esto y me dijeron “Pero nosotros sabemos todo, conocemos a los protagonistas“. Luego vinineron dos años de guiones, hasta que salió lo que vamos a filmar ahora.
-¿Va a ser un documental o una ficción?
-Es una ficción basada en el hecho real, un género que yo llamo “Thriller científico” porque si bien tiene una base es de investigación casi policial, esta la hace un biólogo. La parte detectivesca va a tomar un poco al modelo de Barrio Chino, la película de Roman Polanski. Siempre me gustó mucho ese estilo de novela negra, donde vas descubriendo las cosas a la par del protagonista.
-No recuerdo antecedentes de thrillers científicos en el cine argentino.
-Que yo sepa, no hay. Nuestra película tiene un pie apoyado en Filadelfia con un personaje real que es Mauricio Seigelchifer (interpretado por el Chino Darín), que fue el que hizo la denuncia. Es un personaje ficcionalizado pero con una base real. Él manda, como en Las cuatro plumas, cartas a sus amigos en Argentina contándoles que “está pasando algo raro“, esa es la parte ficcional. Uno de ellos (Claudio Tolcachir), docente de la universidad, empieza a investigar. Así se revela una trama que tiene que ver con experimentos con material genético al aire libre peligrosísimos para personas y animales. Todo eso fue real. En el reparto también están Julieta Cardinali, Esteban Bigliardi, Diego Gentile y Miriam Odorico.
-Conociendo la historia del Caso Azul, a priori parece un tema muy poco cinematográfico.
-Lo mismo pensaban de Casas de fuego. Daniel Pires Matheus me decía siempre que no hay buenas o malas historias, sino que están bien o mal contadas. Cualquier historia bien contada puede ser valiosa y ser vista como una película, y no me refiero para un medio restringido sino para lo popular.
-¿Después de 20 años te sentís más seguro para contar esta historia?
-No, a la hora de filmar siento el mismo cagazo que el primer día. Si no hay cagazo no hay vida.
-Pero sos Juan Bautista Stagnaro…
-Y con eso qué hacemos. Siempre es linda la incertidumbre, la dificultad. En las filmaciones vos armás un plan de trabajo, y hay días que lo podés cumplir y otros que tenés que cambiar todo sobre la marcha. El día que no hay una dificultad hay que inventarla, porque así se embellece la cosa, se genera una energía en el equipo de respeto, de colaboración; y uno mismo se esfuerza consiguiendo algo mucho más rico que cuando sabe que tiene todo solucionado.
-Vos sabés que tu equipo cuando lea esto te va a querer matar.
-(Se ríe). Y bueno, pero tiene que ser así. Si algo aprendí en mi carrera es que hay que desconfiar de los días fáciles.
-¿Qué sentís cuando la “nueva crítica de cine” te pone en una categoría de “viejo cine argentino“, frente al “nuevo“?
-La crítica vive de establecer esa categoría. El sueño es descubrir a la gente nueva. Se que tiene mejor marketing lo joven que lo viejo. Vos decís viejo y tiene una carga peyorativa. No creo que me influya en lo que hago aun cuando se pueda vivir como una injusticia. Veo mucho cine argentino y hay cosas que me sorprenden pero otras no. Yo sigo experimentando, pero a esa categorización trato de pasarle por arriba. Siempre tenés que demostrar lo que hacés. No tengo todas las respuestas, solamente tengo preguntas. Lo joven es eso, creer que uno no sabe todo.