Vivimos en un mundo plagado de apariencias. Es cada vez más común que lo estético sea la carta de presentación. En el mundo del cine, las cosas no parecen ser tan diferentes. Andrea Frigerio trata de luchar día a día contra el encasillamiento. Tras diversas experiencias cinematográficas frustradas y luego de su debut en Pasaje de vida, la modelo y actriz regresa a la pantalla grande con El ciudadano ilustre, dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn. Allí, interpreta a Irene, una mujer que se ve sorprendida por el regreso de su primer, y quizás único, gran amor, el Premio Nobel de Literatura Daniel Mantovani (Oscar Martinez).
Irene y Andrea son las dos caras de una misma moneda, y bien diferentes entre sí: “Me encantó tocar esta cuerda de volverme otra”, afirma como puntapié inicial de un diálogo, que se verá acompañado por una imborrable sonrisa de satisfacción en su cara.
-¿Qué fue lo que más te atrajo de esta propuesta?
-Principalmente, el género. Es una película rara. Gastón y Mariano la definen como una comedia incómoda y yo les digo que es una tragicomedia. Me gustó mucho transitar por este estilo que no se da muy seguido en el cine argentino. En general, es comedia o drama. Por otro lado, también me interesaba trabajar con ellos. Había visto El hombre de al lado y me pareció una película extraordinaria. Cuando leí el guión de El ciudadano ilustre sentí que estaba en concordancia con ese estilo particular que tienen ellos que tanto me gusta.
-Al verte uno queda con la sensación de que tiene que haber más, ¿hay cosas de tu personaje que no se contaron?
-No, todo lo que hay es lo que se ve. Irene es una mujer contenida, sufriente. Cuando en su juventud, Mantovani se va y la deja, ella se queda con la esperanza de que vuelva y no vuelve. A partir de ahí, se convierte en una especie de Penélope que se queda tejiendo y destejiendo a la espera. Se termina conformando con la realidad, está resignada a su suerte pero no es feliz. Hace lo que puede. Cuando él vuelve, ella está muerta en vida y no tiene ninguna reacción. Todo esto suponiendo que lo que pasa es real…
-Tu relación con el cine también es una suerte de amor no correspondido.
-Sí, siempre quise hacer cine pero cada vez que estaba por encarar un proyecto, por una razón o por otra se caía o me bajaban. Me quedaba siempre con las ganas. Esta ya es mi segunda película y la verdad es que ahora tengo muchas más ganas de seguir. Es algo que me encanta.
-¿Por qué?
-Hice mucho teatro y televisión. El teatro es una gran pasión, pero mis primeros pasos en el cine me están atrapando. El cine es como el chocolate, comés un pedacito y querés más, no podés parar (risas). Me gusta mucho el poder analizar los personajes, en contraposición a lo repentino de la televisión, donde no tenes mucho tiempo de probar. Acá podés conversar con el director cada detalle y mirar con lupa todo, conocer al personaje en profundidad. Lo que más me interesa es justamente eso, poder interpretar al personaje con más carnadura y personalidad real.

Irene y el reencuentro con su amor de juventud.
-¿Cómo fue ese descubrimiento del personaje con esta dupla de directores que tanto admirabas?
-Primero me encantó que me eligieran, porque normalmente me llaman para hacer personajes de mujer fría, solemne y frívola. Muy distinto a esta Irene. Ellos fueron muy precisos al decir lo que querían de ella: esta mujer muerta que está encerrada en la mala suerte de lo que le pasó. Todo esto implicó un gran trabajo desde lo corporal y lo expresivo.
-Oscar Martínez comentó que los personajes que más le gustaron de su carrera fueron aquellos en los que no se reconocía en la pantalla grande, ¿vos te reconociste al verte en este personaje?
-No, soy totalmente otra persona. Es bien distante de mi imagen real. Me han pintado canas, aparezco sin ningún tipo de maquillaje. Estoy como demacrada, dejada, incluso en la ropa te das cuenta: Irene tiene puesta siempre la misma campera. Un auto que nunca anda… unas zapatillas… No es nada femenina.
-O sea, nada que ver con vos.
-Totalmente. Los personajes que se parecen a mí me embolan mucho porque no me significan ningún desafío. Te pongo como ejemplo a Charlize Theron, una gran modelo y una mujer que es un monumento. Divina. Una vez leí una nota en la que decía que nunca la llamaban para hacer otra cosa que no fuera de chica linda. Tuvo que juntar plata para producirse su propia película: Monster. Ahí engordó, se puso feísima e hizo un personaje que a mí me encantaría hacer. Yo estoy dispuesta a hacer algo así.
-¿En qué quedó el proyecto de Rosa Azul, que iba a ser su primer protagónico?
-Sí, es verdad. Son proyectos que están ahí a la expectativa. Parece que avanza, pero de golpe se cae y de repente, sigue. La directora Amparo Iberlucía cada tanto me llama y me dice que seguimos adelante. Pero hasta que no esté frente a la cámara, no me ilusiono.
-También estaba Elena Roger en el reparto.
-Sí, somos dos hermanas que no tenemos un peso. Nuestro hermano rico se muere. Ahí empieza todo un misterio respecto a la plata. Supuestamente nos quedamos con la plata hasta que pasa algo. No te cuento más por si se llega a filmar (risas).
-Antes hablaste de algunas experiencias previas frustradas…
-Hay experiencias que me dolieron. Una vez estuve a punto de hacer una película. Estaba por empezar a rodar y me llamó la directora para decirme que no creía que con maquillaje pudiera lograr el nivel que ella necesitaba. Tuve muchas películas importantes que se cayeron. A lo mejor no por mí, sino porque no había plata… Es muy luchado todo. Los titánicos acá son los directores que la reman y buscan por acá y por allá, hasta que lo logran. En Argentina el cine es difícil de concretar. Llegar a este momento es una remada en alquitrán.
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