Sergio Víctor Palma fue uno de los más grandes exponentes del boxeo argentino. En octubre de 1977 obtuvo el título argentino supergallo de la Federación Argentina de Boxeo (FAB) luego de vencer a Arnoldo Agüero en el ring del Luna Park. Menos de un año después ganó el campeonato Sudamericano de la categoría frente a Hugo Melgarejo. Y en agosto de 1980 enfrentó al estadounidense Leo Randolph, coronándose campeón.
Sin embargo, y a pesar de la enorme carrera que hizo Palma en el boxeo, muchos de sus seguidores creen que no tiene el lugar que se merece en la memoria colectiva. Para subsanar esto, el director Hernán Fernández puso en marcha La piel marcada, documental -con un alto grado de recursos ficcionales que logran un relato muy poético-, que narra la vida del Sergio Víctor Palma hombre. La persona detrás del campeón.
“Fui medio inconsciente y caradura a la hora de encarar el proyecto pero las ganas que uno tiene lo ponen en foco y hacen desaparecer las incertidumbres”, cuenta Fernández.
-Lograste una conjunción muy interesante entre lo ficcional y lo estrictamente documental, algo que no es tan común en este género.
-Yo no creo en esos límites que otros tanto marcan. Ya cuando estudiaba estaba instalándose la discusión de la frontera entre los géneros entendí que son limitaciones que uno mismo se impone. Cuando empecé a armar La piel marcada, no pensaba que estaba haciendo un documental o una ficción. En el fondo las herramientas son las mismas. Hay que hablar de películas y no de documentales o ficciones.
-En La piel marcada hay dos contrapuntos: el de Sergio con el personaje de Matías, y el de Sergio con el nene del Chaco ¿qué te llevó a tomar esas decisiones?
-Contrapunto es la palabra exacta. La estaticidad me llevó a pensar cómo generarle cierta dinámica al documental y ahí surgió la idea de que haya una persona más, un boxeador que recién estuviera empezando. Al principio, pensamos en algún otro profesional que tuviera una pelea importante pero eso nos iba a competir con Sergio. Y después, lo del nene fue una cosa que me surgió allá en Chaco. El algodón me dio la idea de contrapunto con el boxeo por lo frágil y suave. Después, se me ocurrió que haya un nene que también lo representara a él.
Sergio Víctor Palma hoy, un sobreviviente.
-Trabajar con la figura de un ídolo popular no debe haber sido fácil.
-Yo ya no sé como catalogar a Sergio. Traté de bajarlo a tierra. En un momento del rodaje, me cayó la ficha de que la imagen que yo tenía de él como ídolo era una construcción que me habían hecho mi viejo y mis tíos y que debía perder un poco ese respeto que me infundaba. Y aunque haya boxeado como el mejor en su momento, escriba y toque la guitarra muy bien, era una persona como vos o yo que tenía también muchas otras debilidades y sombras. Si yo seguía grabando solamente las cosas buenas de Sergio y escuchándolo apasionadamente como un espectador más iba a resultar una película muy lineal. Por eso indagué y pinché en esas debilidades y miedos de todos.
-Pudiste escapar del fanatismo ¿Pero cómo fue trabajar el documental cuando el protagonista está vivo? La fuente es él y no gente hablando sobre él.
-A mí me resultó favorable. Es más, si Palma estuviera muerto yo no sé si hubiese hecho esta película. Creo que en eso de la gente está el punto. Cuando escribí el proyecto y lo presenté al INCAA, era una película mucho más grande con entrevistas a gente que lo conocía. Y el comité que lo evaluó, me lo observó y me recomendó tratar de afinar y poner el ojo exclusivamente sobre él. Me di cuenta de que tenía que enfocarme en el hombre y no en el boxeador, la película no se estructura a partir de Palma boxeador, sino a partir de su accidente. Después, me sirvió mucho de referencia El hombre de los guantes de Patricio Agusti, película sobre Amilcar Bruzza, el entrenador de Carlos Monzón.
-¿El documental es un género que sufre de cierta desvalorización en nuestro país?
-Totalmente. Soy ayudante en la ENERC de la materia Documental. Los pibes le dan mucha más importancia a la parte de ficción y yo todo el tiempo trato de correrlos de eso y meterlos de verdad en proyectos documentales. Es una batalla que creo que hay que ganar. Más allá de eso, yo haría hincapié en los que hacen y no en los que consumen. Hay muchos documentalistas que piden plata al Instituto y usan una cuarta parte para películas que no ve nadie. Bajan la vara del cine documental argentino. Y probablemente otro director pone plata de su bolsillo para terminar algo de calidad y tampoco nadie los va a ver.
-En ese sentido, ¿qué tiene La piel marcada de diferente respecto al resto?
-Eso lo debe decir la gente. Pero sí te puedo asegurar que es una película genuina. Espero no contradecirme con esto que te estoy por decir, pero ojalá nunca haga proyectos solo para meterlos en el INCAA. Por eso yo creo mucho en los segundos oficios. No veo el cine como una posibilidad de vida primaria. De hecho, hasta hace poco tenía un taller de carpintería y mientras rodaba la película, me iba ahí y trabajaba de eso también. Cuando la encaré, la hice porque estaba muy seguro de eso, sentía la necesidad de hacer este proyecto porque creía que Sergio se lo merecía y puse todo lo posible: más plata, tiempo, recursos. Entonces sí, en caso que haya una distinción, es que es genuina.
-¿Considerás que hay cierta incompatibilidad entre una rueda creativa y una rueda económica?
-Puede ser. Obviamente que podes presentar proyectos y vivir de ellos. Mientras produje La piel marcada, me mantuve con eso. Pero yo no quisiera acelerar los procesos. Para mí, hacer una película es algo muy serio, no me lo tomaría nunca a la ligera. Pero en lo poco que me metí hasta ahora en el ambiente, veo gente que sí lo hace. De hecho, estudié montaje para tener un oficio dentro del cine que me permitiera subsistir mientras no me surgía nada. Trato de no traicionarme en las cosas referidas a mi pasión. Si tuviera que hacer algo que no me gustara tanto, preferiría encerrarme en mi taller a hacer muebles.
-Me imagino que la devolución que más te interesa es la de Sergio, ¿qué te dijo?
-Estoy contento porque él pudo venir a la presentación en el BAFICI. En ese momento, no había visto la película todavía porque yo no quería que la mirara en la computadora. En parte, seguramente también había algo de mi inconsciente que no quería que la viera por mi miedo. Esa función fue re tensa. Pero por suerte le encantó. Sergio y Orieta viven en Mar del Plata y, después, me pidieron si podía acompañarlos a la vuelta manejándoles el auto. Fui con ellos y me quedé allá una semana. Durante ese tiempo recibí los mejores halagos.
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