Filmar Pescador fue casi una epopeya. Rodamos en una época del año en que esperábamos tener buen clima. Fuimos con una cobertura de cinco días, y nos llovió diez, en tres semanas. Hizo muchísimo frío. Había viento, niebla. Hubo que entrar muchas veces al mar, a veces embravecido, a veces dormido. Imprevisible. No obstante, algo de todo eso que suena a, o puede parecer dificultades o debilidades, termina enriqueciendo la película. Cargó de potencia a los actores con una expresión cargada de incomodidad real.
Comienzo contando esto porque si bien Pescador encaja dentro del “cine de autor“, también es una película de actores. No podría haberse hecho sin actores. Sin esos actores. Que siempre pudieron ser otros. Pero no. Son esos. Y así como la intensidad de Darío (Grandinetti) canalizada hacia ese personaje huraño, solitario, con los afectos clausurados por cosas que no conocemos, lo hizo crecer hasta reventar la pantalla, así también empujó a los demás hacia lo mejor de cada uno.
Pero además, aunque sea de perogrullo, eso que se escribió en el guión y se corporizó en esos actores, tuvo en los escenarios, la imagen, la fotografía, el montaje y la música una búsqueda y un trabajo que generaron una estética particular, para contar una historia que sucede en un espacio tiempo propio. Porque si bien filmamos en Pinamar, Ostende, Valeria del Mar y Cariló, cuando se habla del lugar se refieren “al pueblo”, un lugar que no existe hecho de muchos lugares que sí existen.
En la película, los lugares, la sonorización y la música son un personaje más. Narran a veces en paralelo con el relato y a veces disociándose, pero constituyen un soporte fundamental de Pescador. Queríamos que el espectador no sólo vea un cuento, sino que, de alguna manera, participe de una experiencia sensorial, meterlo en un mundo propio del relato, que mientras el “policial” avanza, por fuera de los textos y los diálogos, lo que vea y lo que escuche lo mantenga en la alfombra mágica que hace que el tiempo vuele, pase leve y sin pesar.
El estreno mundial en el prestigioso Festival Iberoamericano de Huelva nos permitió corroborar que si pintas tu aldea, pintas el mundo. La película es muy argentina, sin embargo, llegó fácilmente a otro público. Porque al final, este policial playero es una historia muy simple: un hombre solitario, ermitaño, un pescador en su playa, con una vida cerrada. Le aparecen tres jovencitos a poner un local y la vida le empieza a cambiar. Este hombre tiene clausurados los afectos por un pasado que no sabemos qué sucedió hasta que se empieza a desvelar, y las cosas se complican. Pero en esa simpleza transitan algunos temas bastante más complejos y profundos como la amistad, los códigos, los valores, la corrupción de la justicia, lo generacional.
José Glusman
(director de Pescador)
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