“Estás buscando alguna religión, estás buscando un símbolo de paz…” Esa frase en la voz de Charly García viene a la mente una y otra vez mientras se mira Camino a La Paz. Porque Sebastián, el personaje de Rodrigo de la Serna en la película de Francisco Varone no tiene ni paz ni religión. Pero muy dentro de él sabe que las necesita.
Su mundo no escapa del asado con amigos, los temas de Vox Dei y su inmaculado Peugeot 505 heredado de su padre, que por un hecho fortuito usa como remise. Cuando Jalil, un anciano y enfermo musulmán lo contrata para ir en auto hasta Bolivia comienza también su viaje de autodescubrimiento.
La contraparte de De la Serna en Camino a La Paz (que después del preestreno del 21 de diciembre en Mendoza se estrenará comercialmente el 7 de enero) es el mendocino Ernesto Suárez, un actor de teatro muy poco conocido para el público porteño, que realiza un trabajo notable, tanto así que sorprendió a su mismísimo compañero: “Tenemos el privilegio de ver trabajar a un actor que merecía ser conocido por el país mucho antes. Un día me encuentro con Francisco en La giralda, a la salida de una de las funciones de Amadeus y con una computadora me empieza a mostrar videos de Ernesto. Yo no lo conocía, no sabía quién era, pero ni bien lo ví dije ‘Es Jalil, no busquemos más’. Inmediatamente viajé a Mendoza para conocerlo”. El respeto entre ambos no solo fue mutuo, sino también inmediato, lo que llevó a una convivencia tan armoniosa que se vive también en cada fotograma del filme.
-Hiciste un viaje para contar la historia de un viaje. Contame alguna anécdota de ese primer encuentro con Ernesto.
-(Se ríe). Nos pasaron cosas muy graciosas. Ni bien nos bajamos del avión, Ernesto nos recibió en su auto. Él tiene un Renault 12 viejo como el de la película. Cuando salíamos del aeropuerto dijo que andaba muy bien, pero al rato se le cayó el caño de escape. Se bajó a patearlo porque estaba muy caliente. Pancho se entró a reír y le dijo que sí o sí tenía que ser Jalil.
-Si así se conocieron me imagino que las anécdotas siguieron.
-Siguieron enseguida. Ese mismo día de lo del auto le pedí un pucho, y como tenía uno solo decidimos compartirlo. Mientras nos miraba fumar juntos, el director se dio cuenta de que nosotros sí o sí teníamos que ser los protagonistas. Después, llegamos a la casa y Ernesto quiso que amasáramos unas pastas. Es decir, el primer día que conocí a Jalil me pidió que amasara unos ñoquis, y yo no tenía ni idea de cómo hacerlo. Me puse a pelar las papas, hervirlas y pisarlas. Nos tomamos unos vinitos y cantamos unos tangos.
-Sebastián parece tener todo muy claro pero en realidad es un misterio.
-Sebastían es un muchacho muy negado que no trascendió los límites más inmediatos de su vida. La genialidad de este relato es que nunca evidencia mucho y no se dice qué le pasó o qué le pasa. Es un personaje que oculta mucho, pero se puede percibir inmediatamente que tiene un tema con su padre muerto y que eso está sintetizado en el símbolo de ese auto. Él nunca trascendió los límites de su barrio, de su mujer que fue su primera novia, del asado con los amigos, Vox Dei y el auto. Ese es su mundo y está muy cómodo ahí.
-Hasta que se cruza en su vida un personaje tan pintoresco como Jalil.
-Sí, le aparece este viejo que quiere ir en auto hasta La Paz y no se puede negar. Ahí su corazón empieza a desanudarse, y se disuelven esos quistes emocionales. Esa es la evolución que tiene en la película. En el medio, empiezan a verse elementos narrativos interesantes. De alguna manera, se le van desatando esos nudos, se libera y cuando se mira al espejo al final del viaje, se pregunta qué le pasó y en qué se convirtió.
-Ese viaje debe haber tenido mucho de ficción y de realidad, ¿vos también fuiste partícipe de esa transformación?
-Sí, se armó un vínculo puro entre los dos. De repente, la actuación empezó a ser más vibrante y despojada. Yo le agradezco mucho a Francisco porque hace mucho que no me pasaba algo así. En un viaje de este tipo pasan muchas cosas, el agotamiento, el dormir pocas horas en condiciones difíciles, sumado al tema, que es movilizante, y el contexto. Llegó un punto que ni siquiera teníamos que actuar. Y eso para cualquiera que se dedique a nuestra profesión es un privilegio.
-En Chiamatemi Francesco interpretaste a Jorge Bergoglio y, en este caso, Sebastián se topa con un musulmán que intenta convencerlo de acompañarlo con su tradición religiosa ¿Cómo concebís a la religión?
-Cuando uno va creciendo empieza a darse cuenta de que la muerte es algo cierto y que empieza a estar cada vez más cerca. La muerte es buena consejera también. Tenemos poco tiempo en la vida para perder en boludeces y hay que hacer las cosas bien cuanto antes. Son necesarias las religiones en algún punto, por lo menos para la reflexión de estos grandes temas que también toca, por ejemplo, el teatro. Desde ese lugar considero que es algo importante para todos nosotros.
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