En el 2000 todavía no existían las redes sociales, tampoco Spotify, Netflix, los realities, ni Bailando por un sueño. La construcción, ascenso y explosión de un artista pasaba esencialmente por los medios de comunicación: era tan importante el prime time de Telefé como las tapas de Clarín, Gente, Noticias o Pronto. En este contexto las estrellas eran menos fugaces, tardaban un poco más en consolidarse pero su reinado se apoyaba en una solidez que hoy no existe y que, por ende, las ayudaba a perdurar.
Rodrigo Bueno marcó una bisagra en esta construcción. Luego de una década en el ghetto tropical, necesito apenas un año para convertirse en un ídolo de masas. Sin Instagram, sin Twitter, sin Netflix… Todos lo querían en sus programas de radio y televisión, en sus proyectos, en su mesa de la parrilla El corralón. Y él iba así por la vida, diciendo a casi todos que sí, sin pensarlo demasiado.
En 1999, el sueño de cantar en el Luna Park ya era una realidad, con entradas vendidas y cuatro conciertos que muy pronto se multiplicaron por tres. Rodrigo necesitaba un nuevo desafío. Como sentía que la música le había dado todo, empezaba a mirar con cariño para el costado: una obra de teatro, un libro con su aval sobre la historia del cuarteto que se llamaría Dios, Patria y la Mona Jiménez. Sin embargo, de todos estos y de algún otro más hubo uno que le interesaba particularmente: su primera película como protagonista.
Aunque la idea era bastante obvia, si uno suma la cantidad de horas que la imagen de Rodrigo estaba en pantalla, el primero que la vio fue Sebastián Ortega. En una charla informal de sobremesa con su padre Ramón, los Ortega se preguntaron ¿Y si hacemos una película con Rodrigo?
La apuesta era arriesgada, no solo por el personaje sino por la falta de curriculum del novel productor. Faltaban dos años para que Sebastián debutara con El hacker, tres para Tumberos, cinco para Los Roldán y siete para que fundara Underground. La confianza, el apoyo y las cartas credenciales de Papá Palito fueron clave para que lograran tener la primera reunión con el cantante cordobés.
Curiosamente, las vidas de Rodrigo y de Ramón Palito Ortega ya se habían cruzado, casi sin saberlo. La primera canción que graba Rodrigo con seis años fue la cortina musical del programa de canal 13, Carozo y Narizota, editado en 1980. El tema había sido escrito por Palito junto a su amigo y socio, Lalo Fransen.
Uno, dos, tres encuentros, y a empezar el boceto del guión. Lo que primero iba a ser una película en la que Rodrigo se interpetaría a sí mismo mutó en un proyecto completamente diferente. Fue entonces cuando se sumó al equipo Jorge Guinzburg, y la historia comenzó a tomar forma. Tomando como base la iconografía de los recitales en el Luna Park propuesta por Rodrigo, el argumento se convirtió en la historia de un boxeador cordobés que llegaba a probar suerte Buenos Aires y también a buscar a un hermano discapacitado que no conocía. Con la música como motor, la película transitaba a la par la realización personal como la profesional, además de poner el foco en la realidad social y legal relacionada a la discapacidad.
El guión estuvo listo a principios de mayo del 2000. Rodrigo lo recibió entusiasmado, lo leyó y, después de sugerir un par de cambios, se comprometió con su realización. Estaba todo listo para empezar a filmar en septiembre de ese año, en Córdoba y Buenos Aires, con vistas al estreno en la primera mitad de 2001, para el cumpleaños de El Potro. Con su muerte, el 24 de junio de 2000 también murió el proyecto, hoy olvidado en el fondo de un cajón.
La película de Rodrigo sin Rodrigo era imposible. Al menos así lo entendieron Ramón y Sebastián Ortega y avanzaron con otra idea: recuperar la imagen de Gilda (que había fallecido en 1996) en una biografía protagonizada por Paola Krum, Damián de Santo y Fernán Mirás. A pesar de tener el visto bueno de todo el entorno de la cantante, el proyecto se cayó.
Curiosamente o no tanto, casi dos décadas después Lorena Muñoz tomó ambos personajes y ofreció lo que hasta ahora son sus biografías cinematográficas definitivas. El tiempo dirá si son las únicas.
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