Cada vez más directores jóvenes se animan a imponer su impronta en un cine nacional renovado. Aunque las películas históricas no son habituales en la pantalla grande, periódicamente aparecen ejemplos que, más o menos revisionistas, nos acercan a la vida y obra de nuestros próceres.
Entre los próceres más representados en la historia del cine argentino está José de San Martín. El 7 de julio, el realizador Nicolás Capelli (Matar a Videla, 2006) lo devuelve al cine en El encuentro de Guayaquil, relato basado en un texto de Pacho O’Donnell que narra el encuentro entre el Libertador de América -a cargo de Pablo Echarri- y Simón Bolívar, interpretado por el colombiano Anderson Ballesteros.
-¿De dónde nace tu admiración por la historia? Tus dos películas tuvieron que ver con ella.
-Trabajé muchísimos años con Alejandro Fantino y con Alejandro Fabbri y con ellos siempre buscábamos una vinculación de lo que hacíamos con lo social, histórico, político y cultural. Son los daños colaterales de estudiar con Dalmiro Sáenz, trabajar con Pacho O’Donnell y con José Pablo Feinmann.
-¿Antes nunca?
-La historia me gustó siempre. Mi lectura de chico se inclinaba por esos lados también. Un compañero de la productora me decía: “Che, ¿nunca vamos a hacer un programa para coger?”. Siempre era todo filosofía, historia y ellos alguna vez querían un baile del caño. Con nosotros no lo tuvieron. Esa fascinación se me acaba de ir con El encuentro de Guayaquil (risas). Es la última vez que hago algo relacionado con lo histórico porque fue una locura.
-¿Locura por qué?
-Hacer una película histórica en nuestro país es muy complicado a nivel presupuestario, técnico, estético y artístico. Hay decisiones que tenés que tomar que a lo mejor sabés que no son las mejores, pero no queda otra. Matar a Videla fue distinto porque si bien tomaba una temática histórica transcurría en esa actualidad. Igual es una porquería la película esa.
-¿Tanto la odias?
-Mucho. Está supercargada de información, quise decir cosas mías en el lugar del personaje como si yo fuese alguien importante. Tenía 26 o 27 años, era un pelotudo, ¡¿qué revisión de la vida quería hacer?! Lo único que hice bien fue la elección de los actores. Después, el guión no tuvo el menor análisis crítico. Yo pensaba que era Orson Wellles con El Ciudadano. Me decían que revisara ciertas cosas y yo no lo hacía. Me privé de aprender muchísimo y de hacer un producto mucho mejor.
-¿A qué lo atribuís? ¿A la edad?
-Calculo que sí. O que era un pelotudo y con el tiempo fui aprendiendo mucho más. Creo que este aprendizaje tuvo que ver con las personas con las que trabajé. Yo vengo de una formación más relacionada a la televisión y a la publicidad que al cine. Por ejemplo, en El encuentro de Guayaquil hay primeros planos muy de cerca que son bien de televisión. Me gustan, tienen que ver con cómo yo cuento el detalle.
Es la segunda vez que Pablo Echarri interpreta al Libertador.
-¿Acá no se hacen películas históricas por el presupuesto?
-En parte es eso, se necesitan presupuestos altos. Pero por otro lado, tampoco sé si son tan convocantes. En nuestro país no hay un público muy amante de las películas históricas, y eso en cierta medida desalienta a muchas productoras. Por eso reivindico el trabajo que hicieron los de Aleph, porque probablemente El encuentro… no sea un éxito comercial, nos jugamos a sobrevivir el primer fin de semana. En relación al presupuesto, tuvimos la ventaja de hablar desde una historia extremadamente intimista, que no necesitaba la espectacularidad de una batalla.
-En otras palabras, es posible rebuscárselas.
-Sí, claro, responde a los dos factores que comentamos: los presupuestos más moderados, y la falta de un público específico. Convoca más un Corazón Valiente que un Encuentro de Guayaquil, lo entiendo y lo acepto. Pero esta historia intimista fue la que nos permitió contar lo que quisimos, aunque tuvimos que coproducir para acceder a los fondos.
“En El encuentro de Guayaquil mostramos que los enemigos de la Patria Grande son los mismos entonces que ahora”
-Al ser tu película una coproducción con otros países latinoamericanos, ¿no hubo tensión desde la perspectiva histórica? ¿Una especie de San Martín versus Bolívar?
-Un poco. Somos tan distintos los pueblos latinoamericanos que va a costar mucho lograr la famosa Patria Grande. Para el guión, tomamos lo que sus historiadores nos aportaban. Sobre todo, los venezolanos estuvieron más encima de los detalles porque para ellos Bolívar es casi como para nosotros San Martín. Los dos son como una especie de Capitán América. Allá hasta vendían muñequitos. Igualmente no llegaron a participar. Nosotros buscábamos hacer los personajes humanos, quitarlos del mármol, y por suerte tuvimos una buena recepción de los productores y los historiadores
-Hablemos más del concepto de Patria Grande.
-Me atrae mucho, no solo por los intereses que representa sino también por el hecho de que sigue siendo un sueño. Doscientos años después no logramos unificar eso que otras potencias si hicieron y los volvió más fuertes. En aquella época, la finalidad de unir estos pueblos era para hacerle frente a los intereses extranjeros. En la película tratamos de mostrar que los enemigos de la Patria Grande siguen siendo los mismos de entonces. Por más que el concepto de Patria Grande ya no sea el mismo, creo que es un factor positivo para la región y que a la luz de las realidades, sigue siendo un sueño.
Matar a Videla, una película que Capelli no recuerda con mucho cariño.
-La última: ¿Qué hay de cierto en que vos decías que San Martín era como Marcelo El Loco Bielsa?
-Esa es una anécdota que debería haber quedado entre Pablo y yo (risas). Yo soy un fanático enfermo de Marcelo Bielsa, es una de las tres personas más inteligentes del mundo. Me paro de manos con quien sea para defenderlo. Cuando Pablo me preguntaba por San Martín, por su personalidad, yo me lo imaginaba como Bielsa en esa introspección que yo buscaba. Le mostré conferencias de prensa que yo me sabía de memoria para que él viera cómo pensaba que tenía que ser. Esa mirada que no mira porque está pensando en lo que tiene que decir. Si a mí Bielsa me decía de cruzar los Andes, yo lo hacía sin problemas.
-Nunca se me hubiera ocurrido semejante analogía.
-Pero fijate que tienen cosas en común: los dos tuvieron que irse a Chile para que los reconozcan en nuestro país. Acá para muchos Bielsa era un perdedor hasta que logró todo afuera, y fue reconocido. Más allá del chiste, yo encontraba esa introspección que quería en mi San Martín. Un tipo que está todo el tiempo pensando. Bielsa es un tipo que vive para el futbol y me imagino que San Martín vivía para su lucha independentista y libertadora, no tenía tiempo para otras cosas. Como los verdaderos líderes que no tienen tiempo para nada aparte de para lo que luchan. Ahora, te tengo que confesar que le rogué a Pablo que no lo dijera para que la gente no dudara de mi capacidad intelectual (risas).
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