Grandinetti es un apellido de peso en el cine argentino. Al lado de Darío, otro nombre empieza a resonar. Su hijo Juan Grandinetti debuta como protagonista en la pantalla grande con Pinamar de Federico Godfrid, presentada en la 31° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, y desde este jueves en los cines.
Allí, interpreta a Pablo, un joven que viaja con su hermano Miguel (Agustín Pardella) a Pinamar para tirar al mar las cenizas de su madre y cerrar la venta del departamento de veraneo de la familia. A ese camino de triste melancolía se suma Laura (Violeta Palukas), vecina de los chicos.
-Pinamar tiene tres grandes líneas de transformación: la de Pablo, la relación entre los hermanos y la relación con Laura. En todas estás vos.
-Sí, y eso implicó un gran desafío también. Todo el proceso de esta película fue muy lindo, pero también muy intenso. Estuvimos conviviendo seis semanas en Pinamar y todo lo que pasaba iba rozando realmente el comportamiento de Pablo, y a la vez el vínculo que fuimos creando entre los actores. Ese proceso de convivencia dio un resultado muy positivo porque estábamos constantemente empapados de lo que era la historia. Es a partir de eso que se crearon los vínculos, la afinidad y estos cambios que vos decís. Por otro lado, la película viene mostrando este distanciamiento entre los hermanos y, en esto, el condimento de Laura ayuda también a que no esté contado de una manera muy solemne. Creo que un tercero siempre viene bien en los conflictos personales.
-¿Cómo fue afrontar este personaje que generacionalmente es igual a vos pero a la vez está inmerso en un mundo tan distinto?
-Mucho tuvo que ver con la confianza absoluta y plena que deposité en el director. La composición de mi personaje empezó en el guión y terminó en los ensayos en Pinamar. En general, creo que todos terminaron de definirse en función de lo que plasmamos cada uno de los actores. También, hubo relaciones que no estaban en el guión y surgieron a partir de lo que nosotros proponíamos. En ese sentido, estuvo bueno porque no era un guión que había que respetar a rajatabla sino que funcionaba más como una guía en la que podíamos volcar nuevas cosas. Además, esta intensidad que hablábamos antes de estar seis semanas conviviendo hizo que todo me resultara más fácil porque realmente pude vivir ese proceso.
Te esperaré, uno de los proyectos que lo unió a su padre en la pantalla grande.
-También es un personaje que expresa todo desde la no expresión. Casi sin textos ni gestos, pero con miradas muy potentes.
-Sí, fue el director el que hizo mucho hincapié en en esos elementos. Creo que no siempre el texto es lo que dice, hay muchas cosas que está bueno cargarlas porque al final de la película, esa carga tiene su recompensa, su peso y su impacto también. Federico confió en los silencios porque hay muchos procesos que van por dentro y creo que es muy difícil de contarlo.A la vez, esta metodología me resulta más cómoda. El texto es algo que me incomoda un poco. Además, era mi primera película y había cuestiones que me daban mucho miedo. Venía de hacer teatro y el cine era un mundo nuevo que me encantaba pero nunca había laburado. Siento que con Federico como primer director fui muy afortunado porque tiene una modo de trabajar y una dirección de actores que es increíble.
-¿Siempre habías aspirado al cine? Las comparaciones con tu papá iban a aparecer.
-Sí, quizás. Aunque recuerdo que finalmente decidí que actuar era lo mío por Ella en mi cabeza, una obra de teatro con la que mi papá estaba haciendo temporada acá en Mar del Plata. La había visto tantas veces que podía dejarla de lado un rato y mirar lo que le pasaba a la gente durante la función y en el aplauso final. Me llamó mucho la atención eso y me generó cierto deseo de transmitirlo. Después a medida que fui avanzando, me apareció el desafío de ver cómo era la televisión y el cine, en los que hay que trabajar de otra manera y con otras herramientas.
-¿Y qué te dijo él en ese momento?
-Él siempre me apoyó. En un principio, no tenía muy claro qué quería hacer. Decía que iba a ser jugador de fútbol o músico. Fui pasando por muchas cosas. Pero cuando me decidí a actuar mi viejo me dijo que ya lo sabía y me recordó una vez más una anécdota que me contó toda mi vida. Cuando tenía tres años le dije con total seguridad que yo iba a ser actor. Un caradura absoluto (risas).
-¿Qué te pasa cuando te ves en la pantalla grande?
-No deja de impresionarme. Es un poco fuerte, algo de lo que no puedo alejarme. Al mirar esta película que hicimos hace dos años, no puedo dejar de ver las decisiones que tomé y juzgarlas. Pero también hay que saber que en su momento lo que pasó fue eso y creo que esa es la magia de la película, esa cámara que fue robando momentos de situaciones totalmente vivas.
Con el equipo actoral y técnico de Pescado.
-¿Sos muy autocrítico?
-No sé si autocrítico, pero me cuesta mucho verme y no juzgarme. Sí, en el fondo hay un poco de eso. En el teatro es imposible verse. En la televisión, uno graba y el resultado lo ves casi de inmediato. En cambio, en el cine hay mucho tiempo entre el momento en que uno filma y en el que ve el resultado. Además, en esta etapa de mi vida dos años es un montón, cambié mucho. Creo que si me hubiese llegado hoy el guión, a lo mejor hubiera tomado otras decisiones. Es difícil no ser autocrítico en el cine. Pero, como te dije antes, yo deposito mi total confianza en el director que sabe lo que quiere contar y, en ese sentido, estoy conforme porque sé que hice todo lo que él me pidió y lo veo conforme.
-¿En qué otros proyectos participaste?
-Este año tuve la suerte de hacer tres películas con mi papá. Con él ya había laburado en teatro, pero nunca habíamos hecho nada en cine juntos. La pasé muy bien. Creo que le estoy empezando a agarrar el gustito al cine. Primero, hicimos Despido procedente, una coproducción española dirigida por Lucas Figueroa. Para eso, nos fuimos a Madrid 45 días a filmar. Después, hicimos Te esperaré de Alberto Lecchi que terminamos de rodar hace un mes y medio. Por último, hace dos semanas terminamos Pescado de Toti Glusman, para la cual nos fuimos tres semanas a Valeria del Mar. Fueron las tres, una detrás de la otra. A principios de año, mirábamos en perspectiva que estaban las tres opciones y queríamos ir paso a paso, película a película, porque en el cine hay muchos factores que escapan a la dirección y a la producción. Hace dos semanas, cuando terminamos la última, nos dimos el abrazo final y nos dijimos “al final, metimos las tres”.
-¿Cómo fue trabajar con él?
-Fue muy lindo. Se toma su trabajo muy en serio y es un tipo al que admiro mucho como actor, además de como padre. Pero lo más importante es que es una persona que sabe diferenciar su rol de padre y el de compañero. Eso para mí fue muy significativo porque es inevitable entrar a un lugar y tener el miedo de “el hijo de”, que es algo que tengo de toda la vida. Pero esa diferenciación empezó por él y creo que si el resto ve que él me considera como un par, me va a tratar de la misma manera. Después, en los rodajes nos divertimos mucho. Somos padre e hijo, entonces tenemos muchos códigos y cosas que están impresas aunque no queramos. En dos de las películas hicimos de padre e hijo y creo que eso le da un plus que está bueno.
-Nombraste el miedo de “el hijo de“, ¿tuviste una mala experiencia al respecto en el medio?
-No, malas experiencias no. A nivel laboral, yo pienso que si ser el hijo de mi viejo me va a cerrar puertas, nunca me voy a enterar. Sé que si me llaman, me llaman por lo que soy yo. Eso lo tengo claro. Sé que mi viejo es quien es, pero también sé que yo sé quien soy, una persona diferente. Entonces, allá ellos. Me lo tomo tranquilo porque si no pudiera manejarme así en este oficio, tendría que haberme dedicado a otra cosa. Prefiero no darle mucha bola a estas cosas. Es algo que mamé de él también. Trato de ver las cosas con calma y saber que si yo me voy conforme con lo que hice, eso ya es un montón. Y si no me voy conforme, tendré revancha.
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