Desde Chuquis, al pie de la Sierra de Velasco, y Olacapato, en la Puna Salteña, que juntos no suman 400 habitantes, llegan dos películas con mucho sentimiento. Ambas, referidas a auténticos maestros.
Un pueblo hecho canción, de Silvia Majul, se centra en el folklorista Ramón Navarro, homenajeado de un modo único: las calles del pueblo llevan los nombres de sus canciones. Lo sugirió un poeta amigo, y lo concretaron cuando hubo que urbanizar un poco el caserío y él justo iba a cumplir 80 años. La cámara lo registra contando cosas de infancia, evocando a don Atahualpa Yupanqui, Rosa Toledo y Leopoldo Romero, el “Leopoldo Silencio”, su paso por Los Quilla Huasi, el origen de la Chayita del vidalero y otras obras que escuchamos en diversas versiones, incluso una de Pueblo Azul, por el cantaor flamenco Rafael de Utrera. Y, por supuesto, paseamos por el pueblo. Ahí se queda don Navarro, envuelto en el paisaje.
Y si esa película causa placer, Los sentidos, de Marcelo Burd, directamente emociona. Y lo hace sin subrayar nada, tan solo mostrando el día a día de una pareja de docentes, la cocinera, la almacenera, los niños y algunas madres, todos con la calma que da la altura, y la pena que da la lejanía.
Porque en la escuelita los chicos tienen una radioemisora, leen a Julio Verne, arman cohetes que cobran altura impulsados por un inflador de bicicleta, pero después el tren ya no pasa más por esos lares. Para colmo (esto la película no lo dice), Salomón Ordoñez y Victoria Ramos, maestros de verdad, ya se jubilaron, ese era su último año en la docencia. Fotografía de Diego Gachassin, precisa y melancólica, a veces casi una pintura.
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